Extraido de mi diario, 1 julio 2008

El niño no callaba: “Lo quiero, lo quiero, lo quiero… “, lloraba y pataleaba exigiendo su premio.

Finalmente comprendió que jamás conseguiría colmar su eventual anhelo. Al final sólo aquél viejo balancín caballito de madera negro, golpeado, rallado, desconchada su pintura, esa que un día protegió su pulida y veteada piel de las largas jornadas cabalgando por el duro y espartano desierto, sólo aquel desgastado équido conseguiría acallar los deseos de su corazón, a todo trote huyendo de los temidos pieles rojas a lo largo de la profundidad del pasillo iluminado por el brillo de la cera sobre el terrazo.

Entendió que en esta vida hay que saber plantarse a la hora de elegir. Hay que saber cual es el verdadero deseo. Y ese deseo es, en todos los casos la felicidad.

Él comprendió que mientras lloraba en aquel rincón lamentándose de su miserable vida por no haber conseguido hacerse con aquel sofisticado videojuego, su hermanito pequeño se divertía con el viejo caballito, y que en verdad eso era lo que importaba, el tener, el vivir, el conseguir mantener esos instantes en los que la alegría nos ciega de la realidad de nuestras vidas, en los que puedes considerar que ese instante eres realmente feliz.

Buscamos y re-buscamos, deshechando la mayor parte de esos feos o imperfectos juguetes durante nuestro camino, pensando quizás que más allá habrá algo mejor.

Cuando con el tiempo llegamos a haber sufrido el eco de nuestras palabras en la intimidad de la alcoba, entonces nos percatamos de que en realidad no hay un final en el camino, únicamente hay un duro y solitario recorrido. Un viaje que no acaba de llevarnos a ninguna parte y que sólo nos deja los recuerdos de las estaciones en las que pudimos bajarnos, paradas poco interesantes entonces, que ojalá volvieran a presentarse.

Pero ya es tarde, y nuestra avaricia ha roto el saco de los deseos y nos quedamos con el agujero de la soledad. Y ya este tren no parará ni en las malas estaciones; entonces es cuando comprendemos que a la mayoría de las personas en nuestra situación lo que más nos aisla es nuestra própia lucha por conseguir la mejor compañía.

Rafa.